sábado, 16 de febrero de 2013

Leyendas

Leyendas de Tecpán Guatemala


LA LLORONA



Una mujer, envuelta en un flotante vestido blanco y con el rostro cubierto con velo levísimo que revoleaba en torno suyo al fino soplo del viento, cruzaba con lentitud parsimoniosa por varias calles y plazas de la ciudad, unas noches por unas, y otras, por distintas; alzaba los brazos con desesperada angustia, los retorcía en el aire y lanzaba aquel trémulo grito que metía pavuras en todos los pechos. Ese tristísimo ¡ay! mis hijos... Levantábase ondulante y clamoroso en el silencio de la noche, y luego que se desvanecía con su cohorte de ecos lejanos, se volvían a alzar los gemidos en la quietud nocturna, y eran tales que desalentaban cualquier osadía.

Así, por una calle y luego por otra, rodeaba las plazas y plazuelas, explayando el raudal de sus gemidos; y, al final, iba a rematar con el grito más doliente, más cargado de aflicción, en la Plaza Mayor, toda en quietud y en sombras. Allí se arrodillaba esa mujer misteriosa, vuelta hacia el oriente; inclinábase como besando el suelo y lloraba con grandes ansias, poniendo su ignorado dolor en un alarido largo y penetrante; después se iba ya en silencio, despaciosamente, hasta que llegaba al lago, y en sus orillas se perdía; deshacíase en el aire como una vaga niebla, o se sumergía en las aguas (…) No sólo por la ciudad de Santiago de los Caballeros andaba esta mujer extraña, sino que se la veía en varias ciudades de la Guatemala de antaño.
Atravesaba, blanca y doliente, por los campos solitarios; ante su presencia se espantaba el ganado, corría a la desbandada como si lo persiguiesen; a lo largo de los caminos llenos de luna, pasaba su grito; escuchábase su quejumbre lastimera entre el vasto rumor del mar de los árboles de los bosques; se la miraba cruzar, llena de desesperación, por la aridez de los cerros, la habían visto echada al pie de las cruces que se alzaban en las montañas y senderos; caminaba por veredas desviadas, y sentábase en una peña a sollozar; salía misteriosa de las grutas, de las cuevas en que vivían las feroces animalias del monte; caminaba lenta por las orillas de los ríos, sumando sus gemidos con el rumor sin fin de las aguas…







EL SOMBRERÓN


Por el barrio de la Poromá, vivía una joven llamada Elena, era muy bonita, tenía el pelo largo, y unos grandes ojos color de avellana. Era una de las muchachas más acaudaladas de la región y tambien, de las más codiciadas por cada hombre a quien dejaba escapar alguna mirada perdida. En cierta ocasión, Susana estaba admirando el cielo estrellado, típico de una fría noche de Diciembre. De pronto, sin darse cuenta,  se le acercó un personaje de baja estatura, con un sombrero grande y una guitarra, quien al ver a la joven, se quedo asombrado por su belleza, no pudo resistirse, y comenzó a hechizarla cantandole notas con su guitarra y repitiento: -Ven a mi, ven dulce amor, Ven a mi, ven dulce amor.....-.

Desde esa momento, Elena cayó en un profundo hechizo que no la dejaba comer ni dormir. La fiebre la acechaba por las noches y ninguno de los doctores que la examinaba, econtraba alguna razón lógica para los males que atacaban a la bella joven. Los padres, preocupados por la triste y grave situación, comenzaron a averiguar cómo podían solucionar el problema y sanar a su hija. Llegaron con uno de los ancianos más sabios de su barrio, don Tomás. Él anciano, al escuchar la historia que le contaron los preocupados señores acentó con la cabeza, haciendo ver que sabía de qué se trataba el mal.

-Señores, yo sé cuál es el problema que tiene su hija. Déjenme contarles...

Cuenta la historia, que estas antiguas tierras, mucho antes de Guatemala, existió un hermoso templo, construido para adorar y venerar las divinidades de Dios. Los habitantes de ese hermoso santuario, eran personas religiosas, cultas y con sed de conocimientos. Por esta razón, desbordaron su atención hacia el pujante desarrollo de las ciencias, olvidándose de sus mas simples obligaciones. Los ancianos del pueblo, se preocupaban y se preguntaban porqué ya no abrían más el templo, ya no había quien dictara las misas, pues todos se la pasaban leyendo libros extraños.

Los días transcurrían y la gente se preocupaba cada vez más. Y tenían razón. Dentro del grupo de monjes que estaban a cargo del templo, existía uno en especial, que siempre fue una persona muy solitaria y extraña. Siempre deambulaba por los pasillos del templo murmurando pensamientos vagos acerca de lo que leía. Por esta razón, sus compañeros solían llamarle  "El Loco". Este monje, se la pasaba analizando conceptos, buscándole origen a todas las cosas que existían a su alrededor, logrando solamente acrecentar sus sentimientos de dudas insatisfechas y crecientes.

Esta situación incomodó mucho a sus compañeros, quienes decidieron ya no dirigirse más a él. Se alejaron por completo y nunca le profirieron palabra alguna.

El monje, no entendía porqué sus compañeros ya no hablaban con él, si siempre había sido la fuente de consulta de todos en el templo, pero ahora, ni le chistaban mirada alguna.

En una de esas noches tristes, en las que él se pasaba analizando su situación y haciéndose preguntas así mismo, divisó un resplandor que entraba por su ventana. Tomó una silla y se acercó a la ventana, para ver de que se trataba. Su sorpresa sería inmediata: En las afueras de la ventana, se encontraba la mujer más bonita de todo el pueblo. La observaba día tras día, noche tras noche, hasta que terminó enamorándose de ella.

Después de ese momento, las aficiones del monje cambiaron drásticamente. Ya no leía más esos libros complicados y sofisticados, ya no trataba de comprender más conceptos, dejó sus estudios filosóficos a un lado, para dedicarse ahora, a observar por la ventana a todas las muchachas del pueblo, esperando ver nuevamente a aquella jovencita que le había robado el corazón. Y así, pasaron una tras otra las noches... El monje siempre estaba en la ventana observando y estudiando a las muchachas, obsesionándose drásticamente con el sexo opuesto.

Un día, el monje observó a una bella mujer, con unos ojos enormes y hermosos que caminaba por el templo acompañada de un niño de sonrisa pícara pero angelical. El niño jugaba con una pelota blanca, que le llamó mucho la atención. Observaba cómo se divertía aquel infante con ese simple y peculiar objeto.

Llegó un momento en que el niño soltó la pelota y se perdió dentro del templo hasta que llegó a los pies del monje. Sin pensarlo dos veces, recogió la pelota y escapó dentro del templo, escondiéndose para apropiarse del juguete extraviado del extraño niño. Comenzó a jugar con la pelotita, hasta que perdió completamente la noción de la realidad y el tiempo.

Los días pasaban, uno tras otro, uno tras otro, y el monje jugaba por los pasillos del templo con su pelota nueva, rebotaba y rebotaba... y él enloquecía cada vez más...

Entonces, el monje había encontrado a un ser oculto en esa pelota, era un ser malévolo, era el mismísimo diablo, que trataba de apoderarse de él, quería robarle la mente, quería ganarse su alma.... y parecía que lo estaba logrando. El rostro del monje se mostraba cada vez más oscuro y tenebroso. Su voz se oía diferente y su estatura comenzó a disminuir...

Y su voz, cada vez más grave, comenzaba a dar terror... daba terror....

Un aire frío recorría los pasillos del templo. Y el cielo cobró un color que nunca había tenido y el monje, reía y reía... y su apariencia cambiaba aún más. Mientras la pelota, como cobrando vida,  rebotaba cada vez más alto y más alto... hasta que tomó la forma de un sombrero negro, un enorme sombrero negro y como por arte de magia, se poso sobre la cabeza del monje quien exclamó

—Ahhhhh, ¡que bien me siento, al fin soy yo mismo!

Y el monje, convertido en el sombrerón, de un salto escapó por la ventana, desapareciendo en el espesor de la noche.

Los demás monjes, que estaban espiando sigilosamente lo que sucedía, se quedaron asombrados al ver tal espectáculo. Y desde ese día, el templo volvió a la normalidad.

Después, en aquel antiguo pueblo, era de todas escuchar una melodiosa voz que le daba serenata a Susana:

—Hoy te vengo a cantar....Corazón, Por tus ojos color de avellana, y tu pelo tan largo y sedoso, tenías que ser... tu mi Susana....—

Entonces, los habitantes del pueblo, nombraron como "El Sombrerón" a aquel personaje.

Y terminó la historia del anciano.

Los padres se dieron cuenta de cuál era el origen del mal de Susana. Estaba hechizada por el Sombrerón.

A todo esto, llevaba ya tres días sin comer y la fiebre no se le quitaba. No podía dormir, pues el Sombrerón se le aparecía en la casa o cantaba desde la calle. Tampoco la dejaba comer, pues cuando le servían la comida, ésta aparecía con tierra.

Y la cura, nadie la sabía.

Hasta que al fin, el anciano les comunicó la cura:  Le cortaron el pelo a Susana. La llevaron a la iglesia para que el padre le echara agua bendita y le rezara. Unos días después el duende dejó de molestarla.

Después de esto, en el pueblo era común que los caballos y las muchachas bonitas de pelo largo, amanecieran con el pelo trenzado, pero trenzado de una forma tan perfecta, sutil y delicada, que no podía ser obra de un ser humano normal, tenia que ser, obra del Sombrerón, Duende, Tzípe o Tzipitío.











No hay comentarios:

Publicar un comentario